He aprendido perseverantemente de la espada.
He aprendido laboriosamente de la roca.
Me hice hermano de los montes y los ríos,
mas la alegría de tu encuentro me desboca.
Puestos ambos pies en tu camino,
apuesto la vida, tu rostro se trastroca;
buscándote en mi espejo, mi interior tuyo,
la llamada en llamarada te reciproca.
Suelto ambas amarras de esta orilla.
Soy del viento que tu soplo emboca.
El timón es tuyo. En tu amor confío.
Mi espíritu a tu piélago se azoca.
De cada día hago tu corambre nueva,
mi sangre a tu palabra se univoca,
el pecho es cielo, la noche huye, y su sombra
nada puede ya ofrecerme cuando embroca.
Sólo temo desmerecerte, hacerte agravio,
por algún motivo, por ésa indignidad loca
de no saber ser dádiva, donación sin vanidades,
sin la soberbia maldita que los pies deszoca.
Es en ti en quien mi alma se halaga,
es a ti a quien mi cuerpo invoca,
eres tú el jardín, la orilla, la ladera, el nido,
por hablarte se engalana hasta mi
boca.
Amor mío, alivio de mis pesares,
que sea por tu diestra o por tu zoca,
ábreme el corazón y hazlo tu cabalgadura,
que sólo sea tu beso el que lo estoca.