¡Ojú, me ha salío redondo!
¡Meh, lo he cuadrao!
¡Esto es la cuadratura del círculo!
Un perfecto es acabado, es total, completo, todo. Perfecto es inmóvil: ha culminado en su perfección. Perfecto es eterno, sin posibilidad de cambio, cabal y absoluto. Es centro y cetro, final, meta, determinante y terminado... Definitivo.
Mas, ¿no está todo en permanente movimiento? ¿Cómo dar algo por concluido, o llamarlo conclusivo o concluyente? ¿Cómo dar por sentado lo que sea? ¿Y cómo no dudar de mi propio sistema de creencias? Parece que podemos decir, entonces, que lo perfecto es imperfecto; y lo imperfecto, perfecto. O que la perfección existe sólo como ideal. Y en esencia, no hay perfecto ni imperfecto sino para el que lo valora, es decir: siempre para uno mismo.
El vacío no crece ni mengua porque yo lo califique.
El ser no crece ni mengua en función de qué le atribuyo.
Ni en su expansión ni en su concentración.
Ni antes ni después.
Origami de Yuko Nishimura, en el centro de la Vía Láctea